jueves, 17 de enero de 2008

De la Mano del Viento



En la cumbre de una montaña, la más alta de los alrededores, vivía una nube, una nube suave, pálida y muy cariñosa que siempre se amarraba con fuerza a las rocas. ¿No te cansas de estar siempre en el mismo sitio?- le preguntó un día el viento. ¿Cansarme?- respondió la nube. No, aquí estoy segura y tranquila. Pero nunca has visto nada más que esta montaña-, continuó diciéndole el viento...
-Quizá tengas razón; sin embargo, en este lugar no hay peligro para mí y nadie me molesta-. Pero cuando el viento se alejó, la nube se quedó muy triste.
-Tal vez sea hermoso lo que hay más allá de la montaña, pero...-, pensaba la nube mientras se abrazaba un poco más a la cumbre.
A los pocos días, el viento volvió a pasar por allí: ¡Ven conmigo!- le dijo a la nube entusiasmado, -¡volaremos de la mano de la luna!
-No... ¡no puedo!- contestó la nube, insegura, -¿quién regará los árboles y la hierba de mi montaña?
-Otras nubes pasarán por aquí y cuidarán de ellos-, continuó el viento. Pero aunque la nube se agarraba con menos fuerza a la alta montaña, seguía sin soltarla del todo.
El viento deseaba que la nube le acompañara en su viaje e insistió de nuevo: ¡Atrévete!, conocerás un mundo que ni siquiera has soñado.
-A mí me gusta este paisaje- se disculpó la nube, -me he acostumbrado a vivir aquí y aquí quiero seguir.
-Tienes la oportunidad de conocer paisajes mucho más bellos- continuó diciendo el viento. -¡Decídete ya! ¡¡Ven conmigo!!. La nube se soltó un poco más de la montaña, pero tuvo miedo y volvió a pegarse con más fuerza a ella. ¡¡¡Ven conmigo!!!
Por fin la nube se decidió y se fue soltando muy despacio de la cumbre nevada. El viento la arrastró suavemente, y, tomados de la mano, se marcharon muy lejos de allí. Cruzaron ríos, subieron montañas, atravesaron pueblos y ciudades, recorrieron valles y prados y se pasearon por el cielo azul. En un momento, la nube olvidó por completo el miedo que antes había sentido.
-¿Estás contenta?- le preguntó su amigo.
La nube no sabía qué decir, y, con mucha ternura, puso un beso de lluvia en la mejilla del viento.

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