miércoles, 30 de enero de 2008

La Gran Pregunta


Hace mucho tiempo vivía en Benarés un gran santo, conocido por su capacidad de poder hablar con la Madre Divina. Levitando, pasaba largas horas absorto en profunda meditación, mientras su cuerpo irradiaba una cálida luminosidad.
En cierta ocasión se le acercó un joven discípulo y esperando respetuosamente que el maestro bajase de su estado de elevación, finalmente le preguntó.
-Maestro, he sido informado de que tiene el poder de conversar con la divina madre, ¿podría hacerle una pregunta?.
-¿Qué deseas saber? –respondió el maestro.
-Desearía saber cuantas reencarnaciones me quedan para poder finalmente alcanzar la liberación.
El santo prometió darle respuesta en siete días y el joven discípulo se alejó del lugar. Pero se dio la circunstancia de que unas horas después pasase por allí un religioso, docto en las escrituras y que le hizo la misma pregunta. Obteniendo idéntica respuesta:
-Regresa dentro de siete días.
Al cabo del tiempo designado el joven discípulo se acercó tembloroso y depositando unas flores a los pies del maestro, se sentó a escuchar la respuesta a su pregunta.
El maestro bondadosamente lo miró, y le dijo:
-La Madre Divina me ha encargado decirte que te quedan tantas reencarnaciones como hojas tiene el frondoso árbol de aquí enfrente.
-¡Uhhh!, suspiró aliviado el discípulo. Eso nada más. Cuando pienso en el número de árboles que hay en el bosque vecino, y en el número de bosques que hay en la Tierra, no puedo menos que sentirme aliviado. Sumadas serían miles de millones de hojas. ¡Que suerte la mía! Y besando los pies del maestro se alejó lleno de bienaventuranza.
Unas horas después se acercó el religioso, disciplinado por la práctica del yoga se sentó inmóvil a escuchar la ansiada respuesta
-La divina Madre, -dijo el maestro, -me ha encargado decirte que te quedan tres encarnaciones antes de alcanzar la iluminación.
Al oír estas palabras el místico cayó en el desánimo:
-¡Tanto!, es que no va acabar nunca esto. Después de tantas austeridades...–Exclamó desesperado.
Algunos años después, el joven discípulo alcanzó la liberación, mientras el religioso permanece aún aferrado a su ira.

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