domingo, 30 de septiembre de 2007

¿Tu debes ser rico, verdad?


Llamaron a mi puerta un día cualquiera que estaba ocupado haciendo mil cosas. Era un niño de siete u ocho años, iba cubierto con una cazadora vieja y a decir verdad, no muy limpia.

- ¿Tienes periódicos viejos? me preguntó.

Yo estaba muy ocupado. Iba a decirle que no... pero le miré los pies. Calzaba unas sandalias y unos calcetines empapados por la lluvia.

- Pasa. Me sorprendí diciéndole. Si quieres, te prepararé una taza de leche caliente con cacao.

No hubo ninguna conversación. Las sandalias mojadas dejaron marcas en el suelo de la casa.

Le ofrecí la leche con cacao y una galletas con mermelada, hacía bastante frío fuera y pensé que quizás no había comido mucho.

Me quedé haciendo cualquier cosa, estaba intranquilo, no conocía a este chico y aunque su apariencia era tranquila, la situación era muy extraña,

-Y si me roba cualquier cosa, mientras no lo miro... -pensaba-

De pronto me llamó la atención la forma en que miraba la taza. La sostenía entre sus manos, contemplándola, luego miró detenidamente alrededor y finalmente me preguntó con voz inexpresiva:

¿Tu debes ser rico, verdad?

¿Que si soy rico? ¡No!, -exclamé, echando un vistazo a mi alrededor.

El niño dejó la taza en el platito, con mucho cuidado.

Pero tu taza hace juego con el plato. -Su voz sonaba a vejez, a un hambre que no estaba en el estómago.

Luego se marchó, apretando sus atados de periódicos para protegerse del frío. No me había dado las gracias. No hacía falta. Me había dado algo mucho mejor... ¡Una sencilla taza de loza azul... pero con el plato haciendo juego!

Abrí la puerta de la nevera y cogí una pieza de fruta, la observe detenidamente. Me giré y miré la cocina. Tenía una casa alquilada, un trabajo, un lugar donde sentarme frente a un televisor que pocas veces miraba. Sí, esas cosas también hacían juego.

Cerré los ojos y aún podía ver aquellos ojos mirándome con admiración. Tenía el corazón en un puño. En el suelo se veían las marcas de esas pequeñas sandalias mojadas. No las limpie, las dejé allí. Quiero verlas, por si alguna vez olvido lo rico que soy.

Doy gracias al universo por revelarme lo que necesito pensar y sentir.

1 comentario:

Ana dijo...

Yo tenía unos 10 años, la madre Carmen nos explicó algo que le había pasado en África, ese verano, cuando fue a las misiones. Resulta que los niños del poblado, un día, le dijeron que ella era rica. Ella, una monja con los 3 votos que todos conocemos, les dijo que no lo era, y ellos le contestaron que sí, sí era rica, porque ella comía todos los días. No entendí nada, por supuesto. Y hace un año, o tal vez dos, mi madre me recordó esta anécdota. Ahora sí me hace pensar.